Tiwanaku tiene una identidad educadora. El centro religioso, político y productivo prehispánico era ámbito de investigación y formación. Emisarios/as tiwanakutas, que se desplazaban a zonas y regiones vecinas, fueron educadores/as. Aquello dejo legado significativo. Están los símbolos y prácticas, que constituyen una dinámica tradición que se ha mantenido por siglos y talvez milenariamente. Es interesante como en épocas recientes, especialmente en el siglo XX, proyectos educativos urus, aymaras, qichwas, y también mestizos, han retomado aquello como fuente de inspiración y vitalidad.
En 1970, significativo tiempo de inquietudes y política revolucionaria popular, y en cuanto a religión con sentido social de aplicación de postulados del vaticano II y la “teología de la liberación”, desde la parroquia de Tiwanaku, a cargo de sacerdotes jesuitas, se inicio un movimiento educativo y cultural que buscaba superar una educación dominante, ajena y orientada principalmente al sometimiento de las mayorías y culturas originarias. Con el apoyo de la Iglesia, jóvenes de comunidades aledañas y de otras provincias, designados/as en asambleas de acuerdo a su compromiso y vocación, comenzaron labores en calidad de Promotores/as Culturales Aymara, dedicados/as sobre todo a alfabetización de adultos/as y formación técnica, cultural y democrática. Lo hicieron, cabe destacar, con un sentido cultural propio, empleando el idioma materno y asegurando un máximo de genuina participación comunal, inclusive involucrando a maestros/as normalistas o interinos/as que habían llevado adelante, hasta ese momento, practicas autoritarias.
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